Thursday, September 15, 2011

Lo que dura la noche. CAP VI "AGUA AMARGA" Lelé santilli

Unos muchachos de piel oscura tocan sus instrumentos sobre la tarima. Son bajos; sus cabezas no llegan al techo, ya sea que se inclinen o se eleven al compás de la música. A sus espaldas hay un espejo que no los refleja: en él sólo se ven los jóvenes que danzan, más claros bajo la luz que rebota sobre sus pieles húmedas. Más arriba, los muchachos de la banda tienen mirada melancólica o atenta o perdida. Se dejan llevar por algo parecido al aburrimiento. Los que bailan se esfuerzan y contorsionan no sólo por llevar el compás, sino esa otra cadencia, del placer, del deseo. Pero es tarde. Ya nadie tiene tanta energía. Seguro los que se han ido guardaron un poco para la intimidad. Estos saben que todo ese despliegue tiene algo de infructuoso, de porfía. Una de las mujeres ha bailado toda la noche como si ésta fuera la última de su vida. Cuando las luces comienzan a apagarse, se detiene con un gesto de desconsuelo. Un hombre trata de arrancarla del lugar o del gesto, y eso parece desesperarla más. Ella va hacia la barra y alguien le alcanza una cerveza. Se seca el sudor con el dorso del antebrazo y pone la botella fría sobre la frente. Otro hombre le quita la mano y la botella de la cara. Es uno de los músicos. Su expresión ha variado: ya no la persigue, atento, con la mirada. La mira como quien ha encontrado la palma vacía de su propia mano.

En el cuarto hay retratos de vírgenes, bodas y muertos. Los padres, el hermano mayor, el hermano con la mujer- que sigue estando viva- y la Macarena. La cama grande fue del hermano, tanto como la mujer, y ahora le pertenecen a él, así como los retratos y el ropero. La mujer se quita la ropa y se acuesta. Ahora es ella quien lo sigue con la mirada atenta. Pero él da vueltas y vueltas, danza de espaldas. Va hacia la cocina a buscar otra cerveza y regresa a mirar por la ventana. Mira como la luz de otra ventana se prende y luego, se apaga. El menor de los músicos, de mirada melancólica, vive allí con la madre y la hermana que es igual a la virgen de la macarena, aunque de piel morena. Los dos jóvenes la aman, y para los dos está perdida. En esta noche, la madre vela la santidad de su hija mientras reza en silencio por el secreto del hijo. La niña de sus ojos ya sueña o fantasea con las sábanas de hilo, vulneradas por el músico de mirada extraviada, el mayor, el más bello, que siempre amó a la viuda que nunca podrá pertenecerle. La viuda quisiera que su nuevo dueño se metiera de una vez por todas en la cama para sentirlo cerca, aunque más no fuera de ese modo.

Sólo en la última casa la luz nunca se prende. Antes de la boda conocerá a todas las mujeres. Antes de su boda a todas, menos a la virgen y a la viuda, que ahora pertenece al hermano del muerto. De otra muerte, más dulce, es la última mujer la única que goza. Sabe muy bien cuánto dura la noche, y ésta es le pertenece.

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