Monday, September 12, 2011

'AGUA AMARGA' CAP II Agua Amarga Lelé Santilli (2009)

“Agua amarga”, decía él, reprochándole la morosidad del viaje, más todo lo que traía aparejado. Ella tragaba lágrimas sin enfatizar la pena. Al contrario: dejaba deslizar en su fuerza sin aristas toda clase de anzuelos, como lo hace el mar. Del mismo modo, en lo profundo, algo mordía.
Esa travesía se les impuso como una necesidad, no como un sueño, porque el capitán se tomaba sus licencias, justamente en el seno de un imperio que ocultaba su perversión con la máscara de la moral. Su último desliz salió a la luz. No era el primero: ella sabía de perfumes honestos. En su casa todo olía a la misma lavanda, angustifolia. Su suegra se lo aconsejó, a medio camino entre el mandato y la confesión.“Es igual al padre. Le gustan los perfumes baratos”. Y esa fue la única vez que nombró al aventurero cuyo apellido quedó en el olvido, toda vez que la señora se declaró viuda para volverse a casar, borrando de paso a la familia de orígen, para incorporarse a una clase social menos culta pero con más posibilidades. Su hijo, en efecto, había tomado lo peor de los tres lados: era mujeriego, nada apegado a la cultura- lo que quedaba, en general, oculto tras su vistoso uniforme-y no se destacó jamás por su arraigo, lo que lo dejó librado a sí mismo. Si hubiera sido un aventurero como el padre olvidado, no habría vivido el exilio como una condena. Pero era un hombre apegado a una idea de sí, en la que se sentía con derecho a las cosas que imponía. Por ejemplo, hijos naturales que, aún no siendo reconocidos- como fue con el primero-, lo forzaron a abandonar su mundo más familiar y luego, lo último que le quedara de ese mundo: su esposa e hijos, su familia.
Por suerte, ella venía con un oficio, una pasión y sus hijos. Si hubiera desobedecido la ley del matrimonio, negándose a este viaje, el imperio la habría destruído. Les quitaron todo los bienes, forzándolos al destierro. Podían fingir que olvidaban qué lo había originado, pero no sus desafíos. Y ella era parte del desafío. Sus padres le impusieron el oficio perfecto para templar su espíritu terco y sensible. Partera. Sin embargo, la pasión era la música, y el laúd, su instrumento. Trayendo entre mundos hijos propios y ajenos templó su obstinación en algo necesario: determinación. Y aprendió parto tras parto lo que un gran emperador chino le enseñó a su gente, mientras trabajaba su huerta y su jardín: se deben preferir las albondiguillas a las flores. Poco tiempo le quedó nunca para solazarse con las antiguas cantigas, excepto que también le gustaba tararearlas como un pajarillo de trino rápido y preciso.
Hacía años que no rozaba con sus manos el terciopelo rojo de las banquetas del cuarto de música. Este otro capitán, el de la nave, estaba sentado en una de ellas, sosteniendo su potente, vibrante instrumento mientras el arco caía y se deslizaba con la acompasada variedad de las olas. Reconoció el motivo y se rió con ganas cuando el hombre, quizá distraído por su presencia, erró su marcha entre acordes hasta perderse en un balbuceo malsonante. Su hermano Tian había reído aquellas veces en que el precioso equilibrio se rompiera. “Todavía no es el concierto”, le decía. Y exactamente esa fue la frase que escogió el capitán para responder a su risa.

Había preparado sus galletas de viaje agregándoles los polvos que el viejo doctor recomendara.No eran tiernas ni sabrosas, pero nadie enfermó malamente. Con el frasco ya vacío llegaron a destino. Entonces ella lo abrió para volver a cerrarlo de inmediato: ”Quiero saber de dónde parto para guardar tanta esperanza”.
Sus cinco hijos llegaron a destino. Luego vendrían otros más, pero, por el momento, eran más que suficientes. Por suerte, ninguno fue engendrado en el barco, aunque las nauseas le hicieran temer eso más de una vez, quitándole un poco de sueño y otro poco de valor. Una vez en tierra firme, con su sangre abundante otra vez derramada, se fue recuperando. No le quedaba otra. En esta tierra no tenían a nadie, pero sabían de una colonia suiza en Santa Fe, y hacia allá fueron.

Los inmigrantes tenemos distintos tiempos en la mirada, distintos ritmos en la memoria. Todos los días algo irrumpe tratando de mezclar agua salada y agua dulce. Los mundos se repelen, se excluyen, radicalmente diferentes. Con el tiempo, los años, el ahora se hace agua con aceite; uno se desliza, trata de olvidar…

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