Monday, September 12, 2011

La Bisabuela. CAP I de "AGUA AMARGA" (2009) Lelé Santilli


   A Bárbara Balmer Roethlisberger, i.m.
Iba hacia otro mundo, y en ese momento de su vida no importaba que ella fuera una más, apenas, en la miríada de rostros esperanzados que iluminaban la nave. Ella era la cabeza del mascarón y arrastraba a sus hijos como olas. “El agua”, se decía, cada vez que el tiempo se marcaba con las muescas de lo cotidiano. Agua de higiene, agua de beber, agua de lavar. Casi siempre en ese orden, excepto cuando el capitán se imponía por sola presencia. Entonces , el agua era la prueba del lazo que los unía. Ella le daba de beber como si se diera ella misma, y él la tomara sin medida ni tiempo.
Todo ese mar no habría sido suficiente para detenerla: ella lo seguiría, así tuviera que tropezar con cada ola, con cada cresta, así los vientos le arrancaran los cabellos a mechones y el sol aclimatara su piel a otra raza, más oscura. Ella se defendería de toda esa pérdida con el fulgor helado de sus ojos azules, y con su orgullo.
¿Orgullo de qué? ¿Qué clase de nada la mantuvo erguida año tras año, atravezando la frontera de dos siglos con la misma mirada? Niños y ángeles venían al mundo de sus manos. Los arrancaba de sí misma y de otras madres como frutos madurados en otra clase de océano. Y cuando él se iba huyendo de sus ojos hacia un norte todavía más salvaje, ella se quedaba entre botellas de colores oscuros: azules, verdes, rojos, y aquellas otras más claras, implacables. Del aroma al olor borrascoso, entre lo que se vertía con cuidado y lo que se demandaba con aspereza, con prisa de borracho. Eso y todos los hijos. Hasta que la tos comenzó a arrancarle su sangre gota a gota. Y la fiebre puso otro brillo a sus ojos. ¡Oh, Santa Bárbara bendita, patrona de las tormentas, dame agua!
Murió reseca, un terrón separado de la madre. 

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