Tuesday, September 13, 2011

El difunto estaba cruzado de una pierna. Lelé Santilli

El difunto estaba cruzado de una pierna. La postiza había cedido su lugar, después de largos años de adaptación, sin oponer gran resistencia. El rigor lo alcanzó en su postura favorita y acaso fumando, porque la pipa no estaba en su lugar habitual. Todos sabían cuánto le había costado llegar a dar con ese aire de sentada naturalidad, de indolencia, casi. Parecía un caballero muerto sobre la montura, pero a punto de desmontar de lado, o un habilidoso borracho, bailador de jigas, ya caído. Hacia el alba.

Digo alba y cantan los gallos. El día se apresura, y la demora en resolver el problema pareciera quedar más en evidencia. Las hermanas mayores tienen un gran sentido práctico del cual dan fe los maridos cobardes, medio helados en el pórtico. Argelia, ya cansada de tanto devaneo, toma las riendas y escoge a sus asistentes, todos mozos alelados de terror, excepto uno al que le da por reirse, a medias entre estúpido y desubicado. Así que Argelia le da la parte más pesada,

y entre todos ponen al occiso sobre su rodilla hasta vencer la dichosa ingle, con gran despliegue de pedos de muerto, para espanto y algarabía de los presentes. La única que sigue a cara de perro es Almira, la soltera,quien se quedó con la pierna siamesa, la renguera y el rencor de por vida del hermano. Quizá porque -a los codazos- los demás recuerdan la ocasión solemne, el silencio cae de pronto como un rayo de sol, iluminando la escena. Y Almira ve de golpe que toda humillación ha terminado, que rezago, miseria y soledad se van con el maldito, que hasta el olor a podredumbre declara la caída del imperio.

Se sonríe. Solloza de alegría. Se le caen las lágrimas de fiesta. Y es Argelia, de nuevo, la que guía: “Pobrecita…está histérica”.

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