Wednesday, September 21, 2011

La Distancia. CAP VIII 'AGUA AMARGA" Lelé Santilli

La distancia es impensable aún cuando uno trate –a vuelo de pájaro- de narrar aquello que la hace lo que es. Un imposible. No termina de repetirse día tras día el horizonte —entre los amaneceres y los atardeceres marinos— como una simple línea que revela la profunda naturaleza antagónica entre el cielo y el mar, a pesar del color, aunque el olor y el sabor parezcan también idénticos y en la tormenta se confundan el tacto y el oído en el estruendo húmedo y helado que azota como el miedo. La distancia es el fantasma que separa todo lo conocido, lo amado —y aún aquello que todavía duele—de ese nuevo destino. Ella sabrá de cartas que llegan a destiempo, en esa arqueología del amor que se construye con mano firme o temblorosa, siempre tratando de apresar el instante para darle un sentido que trascienda hasta el otro, tan lejano. Quizás habrá sabido de cartas que no llegan por el refilón de un comentario hecho en el supuesto de que el tiempo ya amansó la herida. “Cuando Andrés falleció…” o “el niño nacido de la querida Magdalena, que ya va para el año” abriéndole una brecha a la melancolía con el corte perfecto de la dicha. Matices que se mezclan de una manera absurda con las lágrimas. Pero saber que no habrá un adiós, un abrazo, una última mirada de profunda conexión, se le reclamará a la vida, no a la distancia, como si distancia y tiempo dejaran de ser las tan mentadas coordenadas que explican todo, y uno debiera enfrentarse —por fin— a ese misterio profundo que es la vida.

Monday, September 19, 2011

Los años. Lelé Santilli


Toda el agua fluída

hasta esta gota, este sonido

entrañable

de los pasos, este río que seca

en temporadas —una cañada

más, que muestra el lecho

de puro pedregullo y viento—

y luego se desborda

como un hilado homérico

sin gesta,

sin perros fieles,

arrasando todo aquéllo

que no fuera

raíz

de su sustento. Entramada

mujer que, en la cabeza,

se enamora del gris pero se pierde

en arcoiris

de una tormenta diaria:

amenaza y portal

de lodazales

en la tierra más seca.

Todo vuelve. Todo regresa

como un galeón

cargado

al mismo muelle sitio

donde se esconde el miedo.

Edredones cómodos

de la nostalgia,

verdes esmeraldas

de esperanza. Pareciera

que intenta alumbrar algo

como un siglo

y es pura navidad en arbolitos

con algún que otro adorno

de la mente. Sin embargo,

se miente en escarceos de furia

por todo lo que pudo ser

que ya no ha sido

como aquél nido vacío que acumula

entenados de variegata

especie—

producto del amor,

de la costumbre,

de la afanosa urdimbre de un ser

vivo

en estaciones cortas

y en olvidos más largos.

Ha hecho de sí una isla con su puerto,

no muerto sino herido

por el ludir constante

de las cosas que pasan a su lado.

Ha estrechado sus muelles

al punto de la línea

por donde su equilibrio

sube y baja.

¿Qué más puedo decir?

Nunca sabré lo suficiente

para entender qué busca,

qué quiere esa mujer.

Friday, September 16, 2011

Los mares de lino. CAP VII "AGUA AMARGA" Lelé Santilli

Volver a los mares de lino, donde verde y azul se cubren y descubren el uno al otro, hasta arribar a una tierra hecha de racimos que guardan las semillas minúsculas: tiempo de cosecha. Para ella, el azul —más oscuro—se miraba en botellas, lo mismo con el verde. Los niños, felices en el lino, el paraíso — las minúsculas bolitas de peso diferente—, unas usadas de venenitos, otras llevadas por el viento. Pero, para los mayores, todo tiempo era de trabajo sin descanso. Y ahora el capitán fue quien trajo otro niño, a quien dio su nombre y apellido. Un hijo extraño, un hijo de una belleza tanto más sutíl por la mezcla de azules y mates. Pero era el más pequeño, cuya madre quedó atrás con sus abrazos. Ella lo trajo a su mundo, entonces, como a un niño más. Fue justamente ese niño el que desposaría a la mujer más bella de la zona. Pobre, sin otras ambiciones que las del amor, también la perdería, como a su madre. Ella lo abandonó por ese suizo rico, feo y poderoso. Ella sería, en el futuro, la abuela de un presidente Argentino.

Thursday, September 15, 2011

Lo que dura la noche. CAP VI "AGUA AMARGA" Lelé santilli

Unos muchachos de piel oscura tocan sus instrumentos sobre la tarima. Son bajos; sus cabezas no llegan al techo, ya sea que se inclinen o se eleven al compás de la música. A sus espaldas hay un espejo que no los refleja: en él sólo se ven los jóvenes que danzan, más claros bajo la luz que rebota sobre sus pieles húmedas. Más arriba, los muchachos de la banda tienen mirada melancólica o atenta o perdida. Se dejan llevar por algo parecido al aburrimiento. Los que bailan se esfuerzan y contorsionan no sólo por llevar el compás, sino esa otra cadencia, del placer, del deseo. Pero es tarde. Ya nadie tiene tanta energía. Seguro los que se han ido guardaron un poco para la intimidad. Estos saben que todo ese despliegue tiene algo de infructuoso, de porfía. Una de las mujeres ha bailado toda la noche como si ésta fuera la última de su vida. Cuando las luces comienzan a apagarse, se detiene con un gesto de desconsuelo. Un hombre trata de arrancarla del lugar o del gesto, y eso parece desesperarla más. Ella va hacia la barra y alguien le alcanza una cerveza. Se seca el sudor con el dorso del antebrazo y pone la botella fría sobre la frente. Otro hombre le quita la mano y la botella de la cara. Es uno de los músicos. Su expresión ha variado: ya no la persigue, atento, con la mirada. La mira como quien ha encontrado la palma vacía de su propia mano.

En el cuarto hay retratos de vírgenes, bodas y muertos. Los padres, el hermano mayor, el hermano con la mujer- que sigue estando viva- y la Macarena. La cama grande fue del hermano, tanto como la mujer, y ahora le pertenecen a él, así como los retratos y el ropero. La mujer se quita la ropa y se acuesta. Ahora es ella quien lo sigue con la mirada atenta. Pero él da vueltas y vueltas, danza de espaldas. Va hacia la cocina a buscar otra cerveza y regresa a mirar por la ventana. Mira como la luz de otra ventana se prende y luego, se apaga. El menor de los músicos, de mirada melancólica, vive allí con la madre y la hermana que es igual a la virgen de la macarena, aunque de piel morena. Los dos jóvenes la aman, y para los dos está perdida. En esta noche, la madre vela la santidad de su hija mientras reza en silencio por el secreto del hijo. La niña de sus ojos ya sueña o fantasea con las sábanas de hilo, vulneradas por el músico de mirada extraviada, el mayor, el más bello, que siempre amó a la viuda que nunca podrá pertenecerle. La viuda quisiera que su nuevo dueño se metiera de una vez por todas en la cama para sentirlo cerca, aunque más no fuera de ese modo.

Sólo en la última casa la luz nunca se prende. Antes de la boda conocerá a todas las mujeres. Antes de su boda a todas, menos a la virgen y a la viuda, que ahora pertenece al hermano del muerto. De otra muerte, más dulce, es la última mujer la única que goza. Sabe muy bien cuánto dura la noche, y ésta es le pertenece.

El Sumariante.CAP V "AGUA AMARGA" Lelé santilli

Mi amante estaba obsesionado con todo lo que me acontecía y vivía febril anotándolo todo en un cuaderno de resorte. Nunca antes había sido objeto de tan extrema consideración. Nada que yo produjera quedaba librado de su persecución. Por las noches se levantaba de la cama para anotar y en la mañana hurgaba en sus sueños como un poseído buscando alguna pista de mí, algo que me mostrara con su luz más profunda o algo que nos uniera. Nada le parecía extraño, asombroso o fuera de lo común, y, sin embargo, vivía en la paradoja de las nimiedades, convencido de que cada una de ellas era un rasgo pertinente de mi perfil o mi rostro. Contabilizaba atuendos y comidas, gustos y preferencias con una minuciosidad tal que comencé a llamarlo El Sumariante. Casi a la par, cambió su personalidad y su apetito. Ahora buscaba un editor.

Wednesday, September 14, 2011

El Paseo—CAP IV "AGUA AMARGA" -Lelé Santilli

Así fue. Lo que aprendí de ella lo olvidé por imperio de algo más turbio que la visión del ojo en la mirilla o mi propio despertar. Y es que, por una vez me había despertado sin alarmas, temprano, un poco deslizándome en el silencio para caer en la mañana, y la mañana era fresca, nueva, esplendorosa. Salí a la plaza buscando los sabores comunes en lugares extraños: un café, algún croissant, un jugo. Ya había practicado antes ese truco; sentirme familiar en un lugar desconocido, simplemente escamoteando el flujo mayor de turistas, evitando las horas de mayor concentración de público en los espacios concurridos. Sentía mi cuerpo energizado, eléctrico. Cada paso me llevaba, con su impulso, como si fuera mi propia barca a favor de la corriente, viento en popa. Volaba. Casi podía sentir la comba de la calle acompañando al tiempo en su circularidad. No me sorprendió sentirme rodeado de siluetas: tenía un sol naciente enfrente, cegándome con su gracia ya casi adolescente. Todo iba tan rápido. Y doblé en esa esquina sin pensarlo, siquiera, como si estuviera destinada a ese camino por años de rutina o un impulso demasiado urgente como para preguntarme nada. Luego vino un sigsag draconiano, una manera de sortear un tanto vertiginosa, pero siempre segura, resuelta. De pronto me detuve ante la puerta con tiempo de mirar por la vidriera hacia adentro y sentir el vuelco de alegría en mi pecho. Lo que veía parecía no ser real, pero tampoco siniestro. Entré y fui derecho hacia la barra. Claramente era yo la única parroquiana sin máscara; sin embargo, el patrón pareció sonreir detrás de la suya. Ví la chispa en sus ojos. Eso me animó a mirar alrededor: pequeñas lucesitas titilaron en dirección a mí. Algunas manos –cuidadosamente enfundadas en sobrios guantes de seda- abanicaron el aire. Sí, todos – todas- estaban pendientes de mí. Sin una pizca de aversión, sonreí. Esa sonrisa se acomodó en mi rostro como si por años hubiera estado buscando ese lugar para existir. Sentía la cara relajada y, por una vez, acordé que la curiosa manera de vestirme para la ocasión resultaba favorablemente adecuada. Era, justamente, el carnaval de Venecia el único sitio en que yo me sentía a tono por mi gusto con el arte de la aguja y todo lo que fuera aderezado y con gala. Los brindis comenzaron a alzarse como un cannon y alguien, más osado, vino a darme una bienvenida algo más cálida. En ese momento percibí el sonido de un beso, cuando su boca esculpida tocó mi mejilla. Giré en redondo hacia el espejo que había visto a la entrada, y supe, en el mismo instante en que un sombrero ornado con plumas cubría mi cabeza, que esa máscara era yo.

Tuesday, September 13, 2011

El difunto estaba cruzado de una pierna. Lelé Santilli

El difunto estaba cruzado de una pierna. La postiza había cedido su lugar, después de largos años de adaptación, sin oponer gran resistencia. El rigor lo alcanzó en su postura favorita y acaso fumando, porque la pipa no estaba en su lugar habitual. Todos sabían cuánto le había costado llegar a dar con ese aire de sentada naturalidad, de indolencia, casi. Parecía un caballero muerto sobre la montura, pero a punto de desmontar de lado, o un habilidoso borracho, bailador de jigas, ya caído. Hacia el alba.

Digo alba y cantan los gallos. El día se apresura, y la demora en resolver el problema pareciera quedar más en evidencia. Las hermanas mayores tienen un gran sentido práctico del cual dan fe los maridos cobardes, medio helados en el pórtico. Argelia, ya cansada de tanto devaneo, toma las riendas y escoge a sus asistentes, todos mozos alelados de terror, excepto uno al que le da por reirse, a medias entre estúpido y desubicado. Así que Argelia le da la parte más pesada,

y entre todos ponen al occiso sobre su rodilla hasta vencer la dichosa ingle, con gran despliegue de pedos de muerto, para espanto y algarabía de los presentes. La única que sigue a cara de perro es Almira, la soltera,quien se quedó con la pierna siamesa, la renguera y el rencor de por vida del hermano. Quizá porque -a los codazos- los demás recuerdan la ocasión solemne, el silencio cae de pronto como un rayo de sol, iluminando la escena. Y Almira ve de golpe que toda humillación ha terminado, que rezago, miseria y soledad se van con el maldito, que hasta el olor a podredumbre declara la caída del imperio.

Se sonríe. Solloza de alegría. Se le caen las lágrimas de fiesta. Y es Argelia, de nuevo, la que guía: “Pobrecita…está histérica”.

La Golem Cap III AGUA AMARGA Lelé Santilli


Yo he sido la mujer en el barco, precisa y determinada en llegar a destino, como si destino fuera la casa de la niñez, los rostros conocidos, las fragancias de siempre. Y también conocí el dolor de perderla antes de haberla conocido, cuando el arco arrancó un sonido sin concierto, segundos antes de la risa. Soy todos ellos en pequeños fragmentos, como un calidoscopio de memorias posibles. No creas que lo invento. Ellos me asaltan con sus largos segundos, sin que haya soledad que los espante. En todos mis sentidos, como duendes, se adueñan de mis partes. Mi sexo, mis miradas, los nuevos pensamientos. Todo les pertenece, no exagero. Un día supe cuál era el privilegio y decidí apropiarme del secreto. Lo confieso: me vino como una idea literaria. Así que la llamé La Golem, deviniendo una criatura mágica. Después le puse un nombre: Malena. Teníamos en común lo que ese tango dijo : “Tus tangos son criaturas abandonadas/ allá en el barro oscuro del callejón”. Pero el nombre no funcionó, me llevaba a la fuerza a la infancia y quedaba estancada en el lado de la balanza ya inclinado. Busqué, infructuosamente, otro nombre, pero la Golem quedaba cada vez más establecida, parecida a una puta polaca que atisbé por la mirilla de esa puerta cerrada. Y será que Donde pongo el ojo pongo la bala, porque la polaca murió asesinada, pero de una puñalada. Ella misma me lo dijo, en un sueño.

Decidí volver a este lugar, pero no a la misma hora: un poco más tarde, cuando ya no hay gente por la calle y las luces son más brillantes aunque escasas. Me da un poco de pánico, y también me excita. Llamé antes desde un público para arreglar la cita. No me siento muy bien recibido. “Renuente”, esa es la palabra. No sé porqué, pero acá algo me suena igual que cuando todavía tenía mi porte y las puertas se abrían con presteza. De algún modo siempre estaba trabajando. Doy gracias que eso terminó, aunque después me sobreviniera esta evanescencia, esta media presencia. Pero el hormigueo en las tripas es real. Me alcanza como para elegir la ropa cuidadosamente. Casi mirarme al espejo: los espejos ahora no son tan fidedignos, dejan pasar o requieren aumento. En fin. Quizás esta persona se sienta obligada conmigo. Hay deudas extrañas, del alma. Deudas que se contraen en países lejanos y se pagan a la vuelta de casa. Yo no conozco todo lo que pasa por ahí. Apenas alguna de las versiones, como el papel de diario que usan en el mercado, que trae noticias que distraen el ojo. Podría arrepentirme ya mismo. Después de todo, no se me va la vida en esto, aunque también sea cierto que la vida se me ha ido en esto. Como diría mi cabeza, cuando se digna a hablar conmigo: “necesito motivación”. Bueno, quizás deba admitir que el caso es más grave. Lo que necesito es misterio. No cualquier misterio. Uno que sobreviva el desbroce de los pecados capitales. Hay gente que se viste para la lujuria, inspirándose en su codicia. Es lo más común, ¿verdad?. El cuervo que llevo en mi alma quiere misterio y, para obtenerlo, se viste de solución a los problemas, respuesta a las incógnitas,etc. Estoy yendo hacia un lugar donde no hay misterio. ¿Para qué voy? Por obstinación, porfía. Quizás la persona no sea renuente sino reluctante, como un eco de mi tozudez. Sí, eso es posible.¿Qué la llevará a aceptar estos encuentros? ¿Será su terquedad semejante a la mía? ¡Ah, los espejos! No son muy numerosos… ¿O si? Tengo la impresión de que debo aceptarlos con gratitud, no sólo gracia. Iré a mirarme en esos ojos…No es fácil mirarse a los ojos en los espejos. Además, la distancia óptica adecuada ya no es la de la pasión.

Mejor. Huyo de la pasión. Afrontar la pasión es también arrostrarla, pero aún así…No es este el caso. Aquí voy por otros motivos. Quizás sea el poder. Es bueno medirse con uno misma en distintas suelas. No.Todavía tengo demasiado poder. Todavía camino como si hubiera un camino para mí, y otros me miran pasar como si hubiera algo que aprender de mí. Por eso me gusta esta hora de la noche. Ya no hay gente por la calle, casi. Apenas uno que otro… Como éste, apurado, embozado…Espero que no quiera nada de mí, aunque me ha visto. Quizás ni me haya reconocido… Pero, ¿qué hace?. ¡No! ¡ Por Dios! ¡Nooo! “

Monday, September 12, 2011

'AGUA AMARGA' CAP II Agua Amarga Lelé Santilli (2009)

“Agua amarga”, decía él, reprochándole la morosidad del viaje, más todo lo que traía aparejado. Ella tragaba lágrimas sin enfatizar la pena. Al contrario: dejaba deslizar en su fuerza sin aristas toda clase de anzuelos, como lo hace el mar. Del mismo modo, en lo profundo, algo mordía.
Esa travesía se les impuso como una necesidad, no como un sueño, porque el capitán se tomaba sus licencias, justamente en el seno de un imperio que ocultaba su perversión con la máscara de la moral. Su último desliz salió a la luz. No era el primero: ella sabía de perfumes honestos. En su casa todo olía a la misma lavanda, angustifolia. Su suegra se lo aconsejó, a medio camino entre el mandato y la confesión.“Es igual al padre. Le gustan los perfumes baratos”. Y esa fue la única vez que nombró al aventurero cuyo apellido quedó en el olvido, toda vez que la señora se declaró viuda para volverse a casar, borrando de paso a la familia de orígen, para incorporarse a una clase social menos culta pero con más posibilidades. Su hijo, en efecto, había tomado lo peor de los tres lados: era mujeriego, nada apegado a la cultura- lo que quedaba, en general, oculto tras su vistoso uniforme-y no se destacó jamás por su arraigo, lo que lo dejó librado a sí mismo. Si hubiera sido un aventurero como el padre olvidado, no habría vivido el exilio como una condena. Pero era un hombre apegado a una idea de sí, en la que se sentía con derecho a las cosas que imponía. Por ejemplo, hijos naturales que, aún no siendo reconocidos- como fue con el primero-, lo forzaron a abandonar su mundo más familiar y luego, lo último que le quedara de ese mundo: su esposa e hijos, su familia.
Por suerte, ella venía con un oficio, una pasión y sus hijos. Si hubiera desobedecido la ley del matrimonio, negándose a este viaje, el imperio la habría destruído. Les quitaron todo los bienes, forzándolos al destierro. Podían fingir que olvidaban qué lo había originado, pero no sus desafíos. Y ella era parte del desafío. Sus padres le impusieron el oficio perfecto para templar su espíritu terco y sensible. Partera. Sin embargo, la pasión era la música, y el laúd, su instrumento. Trayendo entre mundos hijos propios y ajenos templó su obstinación en algo necesario: determinación. Y aprendió parto tras parto lo que un gran emperador chino le enseñó a su gente, mientras trabajaba su huerta y su jardín: se deben preferir las albondiguillas a las flores. Poco tiempo le quedó nunca para solazarse con las antiguas cantigas, excepto que también le gustaba tararearlas como un pajarillo de trino rápido y preciso.
Hacía años que no rozaba con sus manos el terciopelo rojo de las banquetas del cuarto de música. Este otro capitán, el de la nave, estaba sentado en una de ellas, sosteniendo su potente, vibrante instrumento mientras el arco caía y se deslizaba con la acompasada variedad de las olas. Reconoció el motivo y se rió con ganas cuando el hombre, quizá distraído por su presencia, erró su marcha entre acordes hasta perderse en un balbuceo malsonante. Su hermano Tian había reído aquellas veces en que el precioso equilibrio se rompiera. “Todavía no es el concierto”, le decía. Y exactamente esa fue la frase que escogió el capitán para responder a su risa.

Había preparado sus galletas de viaje agregándoles los polvos que el viejo doctor recomendara.No eran tiernas ni sabrosas, pero nadie enfermó malamente. Con el frasco ya vacío llegaron a destino. Entonces ella lo abrió para volver a cerrarlo de inmediato: ”Quiero saber de dónde parto para guardar tanta esperanza”.
Sus cinco hijos llegaron a destino. Luego vendrían otros más, pero, por el momento, eran más que suficientes. Por suerte, ninguno fue engendrado en el barco, aunque las nauseas le hicieran temer eso más de una vez, quitándole un poco de sueño y otro poco de valor. Una vez en tierra firme, con su sangre abundante otra vez derramada, se fue recuperando. No le quedaba otra. En esta tierra no tenían a nadie, pero sabían de una colonia suiza en Santa Fe, y hacia allá fueron.

Los inmigrantes tenemos distintos tiempos en la mirada, distintos ritmos en la memoria. Todos los días algo irrumpe tratando de mezclar agua salada y agua dulce. Los mundos se repelen, se excluyen, radicalmente diferentes. Con el tiempo, los años, el ahora se hace agua con aceite; uno se desliza, trata de olvidar…

La Bisabuela. CAP I de "AGUA AMARGA" (2009) Lelé Santilli


   A Bárbara Balmer Roethlisberger, i.m.
Iba hacia otro mundo, y en ese momento de su vida no importaba que ella fuera una más, apenas, en la miríada de rostros esperanzados que iluminaban la nave. Ella era la cabeza del mascarón y arrastraba a sus hijos como olas. “El agua”, se decía, cada vez que el tiempo se marcaba con las muescas de lo cotidiano. Agua de higiene, agua de beber, agua de lavar. Casi siempre en ese orden, excepto cuando el capitán se imponía por sola presencia. Entonces , el agua era la prueba del lazo que los unía. Ella le daba de beber como si se diera ella misma, y él la tomara sin medida ni tiempo.
Todo ese mar no habría sido suficiente para detenerla: ella lo seguiría, así tuviera que tropezar con cada ola, con cada cresta, así los vientos le arrancaran los cabellos a mechones y el sol aclimatara su piel a otra raza, más oscura. Ella se defendería de toda esa pérdida con el fulgor helado de sus ojos azules, y con su orgullo.
¿Orgullo de qué? ¿Qué clase de nada la mantuvo erguida año tras año, atravezando la frontera de dos siglos con la misma mirada? Niños y ángeles venían al mundo de sus manos. Los arrancaba de sí misma y de otras madres como frutos madurados en otra clase de océano. Y cuando él se iba huyendo de sus ojos hacia un norte todavía más salvaje, ella se quedaba entre botellas de colores oscuros: azules, verdes, rojos, y aquellas otras más claras, implacables. Del aroma al olor borrascoso, entre lo que se vertía con cuidado y lo que se demandaba con aspereza, con prisa de borracho. Eso y todos los hijos. Hasta que la tos comenzó a arrancarle su sangre gota a gota. Y la fiebre puso otro brillo a sus ojos. ¡Oh, Santa Bárbara bendita, patrona de las tormentas, dame agua!
Murió reseca, un terrón separado de la madre.