Friday, August 27, 2010

Lección en blanco.

En la vida adulta de Atilio Baltesar todo ocurría sin grandes sobresaltos, y en eso estaba
incluido su matrimonio, la pérdida de sus padres, y el nacimiento y posterior desarrollo
de dos hijos: el casalito, como él los llamaba. Tenía un trabajo con un nivel de stress
razonable, y su equipo de fútbol se mantenía con dignidad en la primera. “Todo bien,
todo bien” era la clásica respuesta cuando los amigos le preguntaban “¿Qué hacés, che?
¿Cómo te va?” Y no se aburría; las señoras del barrio lo requerían ante una crisis de
fusible o un imprevisto de taladro. Pero un día, en la autopista, vio una cartel en blanco.
A la vuelta todavía estaba en blanco. Y esa noche no durmió. La pasó “en blanco”. Al día
siguiente tuvo problemas en su oficina porque se quedó escuchando las conversaciones
de pasillo de sus compañeros. Literalmente, lo echaron un par de veces. Después, alguien se enojó y lo trató de oreja y de fisgón. Regresó a su casa. Su mujer, como de costumbre, le habló con frases a medias. Pero esta vez, el completó cada una rigurosamente. Hasta que ella se cansó y se fue a la cama intempestivamente. Su hijo, absorto en su jueguito de video, ni siquiera notó que su padre completaba todas sus tareas escolares sin dejar un mísero renglón en blanco. La niña siguió en el teléfono hasta que su padre, pálido, le ordenó cortar esa comunicación incompleta o ponerla en parlantes así todos escuchaban.
A la mañana siguiente- después de unas penosas cuarenta y ocho horas- el cartel lucía como cualquier otro cartel, empastado de letras e imágenes repetitivas. Atilio lo registró de una manera pre-consciente, porque, cuando llegó al trabajo, no le dio bola a nadie, como de costumbre. Al final de ese día, todos quienes padecieron la interacción del día anterior, pensaron o dijeron en voz alta para algún otro, que Atilio les había dado una lección, aunque no fuera solicitada. Y de ahí pasó a ser un tipo raro, pero respetable.

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